El futuro de la agricultura también se encuentra en las ciudades. De hecho, cultivar en espacios como los tejados, es una práctica especialmente sostenible, e incluso rentable. «Se calcula que la superficie aprovechable de tejados de una ciudad puede satisfacer en torno al 60 y el 70% de las necesidades de frutas y verduras de su población».
Jesús Ochoa, profesor del departamento de Producción Vegetal de la Universidad Politécnica de Cartagena (UPCT), lo ve tan claro que a principios de febrero inició un proyecto al frente de un equipo de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica (ETSIA) para determinar qué extensión total de las techumbres de la ciudad de Cartagena se puede destinar a la producción hortofrutícola. El resultado servirá como proyecto piloto «para darle difusión y que la gente vea que puede funcionar».
«En otros lugares ya existen estudios, pero aquí en el Mediterráneo todavía hay muy poca investigación», explica este experto que lleva años trabajando sobre huertos urbanos. «En Canadá, en Estados Unidos y en muchas ciudades de Europa ya se cultiva en invernaderos instalados en los tejados y con hidroponía [plantaciones sin suelo] muy avanzada». El objetivo principal es reducir la huella del carbono en las ciudades como medio de lucha contra el cambio climático. Es lo que se conoce como «naturación urbana» o «infraestructuras verdes», y también incluye los denominados jardines verticales.
El de la UPCT no es un proyecto aislado. Forma parte de un clúster, que como tal implica a más universidades, además de a empresas y otros agentes de distintos países, y con el que se trata de canalizar ayudas europeas, además de abundar en el trabajo. «Los compañeros italianos ya han conseguido introducir huertos urbanos en tejados de edificios y producir alimentos en un ámbito de seguridad alimentaria y lo más cercano posible al consumidor».
Un beneficio adicional
La recuperación de variedades locales que habían sido relegadas por otras más exportables. En estas últimas se priman la resistencia para acometer largos viajes y una mínima apariencia para cumplir las exigencias de las grandes distribuidoras. Con un producto local, que apenas tiene que transportarse al lugar de consumo, vuelve a primar la calidad.
«A nivel comercial se puede vender localmente, las comunidades de vecinos pueden dejar de depender de los mercados e incluso los hoteles pueden cultivar en sus azoteas frutas, verduras y hierbas aromáticas para sus restaurantes». Esas variedades autóctonas están disponibles gracias a la existencia del banco de germoplasma con el que cuenta la UPCT y de distintas iniciativas de conservación de recursos fitogenéticos en la Región. «Hay que apostar por lo nuestro. Al final tanta globalización no es buena», concluye Ochoa.